Historia de la Casa Botines
El proyecto para la construcción de este edificio de comercio y viviendas en el centro de León fue encargado a Gaudí en 1891 por la sociedad textil Fernández y Andrés, que mantenía relaciones comerciales con el empresario catalán Eusebi Güell, mecenas del artista.
El edificio es conocido como Casa Botines por la castellanización del segundo apellido del fundador de la empresa, el catalán Joan Homs i Botinàs. A su muerte, dos de sus empleados, Simón Fernández y Mariano Andrés, mantuvieron el negocio y decidieron construir una nueva sede en un solar de la plaza de San Marcelo.
En aquella época, Gaudí trabajaba en el Palacio Episcopal de Astorga, ciudad situada a apenas 50 kilómetros de León, y aceptó el encargo por la proximidad de ambos proyectos. Las obras empezaron en enero de 1892 y se completaron en el tiempo récord de 10 meses.
Uso comercial y residencial
Proyectada sobre un solar de forma trapezoidal y construida a cuatro vientos, la Casa Botines de León combinaba el uso comercial y residencial. El semisótano y los bajos se destinaron a las oficinas, la tienda y los almacenes del negocio de Fernández y Andrés; el principal se dividía en dos viviendas –una para cada propietario–, y los dos pisos superiores albergaban cuatro viviendas de alquiler cada uno.
A fin de separar el uso público y el privado, Gaudí ideó cuatro portales, uno en cada fachada. El que daba a la plaza permitía acceder a la tienda y las oficinas de la Casa Botines; el de la fachada posterior, al almacén, y los dos laterales, a sendos huecos de escalera mediante los cuales los vecinos accedían a los pisos.
Para cubrir el desván, donde se ubicaba la vivienda del conserje, Gaudí aplicó la idea que no pudo completar en el Palacio de Astorga: una cubierta de cuatro vertientes muy inclinadas con seis lucernarios que aseguraban el aislamiento, la iluminación y la ventilación mediante unas claraboyas de vidrio levantadas unos centímetros sobre el plano de la cubierta.
El exterior de la Casa Botines
A fin de integrar su proyecto en el contexto arquitectónico de León, Gaudí estudió la catedral y los conventos y basílicas de la ciudad, así como el palacio de los Guzmanes, contiguo al solar de la Casa Botines. Por esa razón y por la continuidad estilística con la vecina y contemporánea obra del Palacio de Astorga, el artista optó por el estilo neogótico, sobre todo con el uso de arcos lobulados en puertas y ventanas.
Gaudí suavizó la rigidez que transmitía la forma poliédrica del edificio acentuando la horizontalidad y enmarcando cromáticamente la fachada con el matiz oscuro de la pizarra en la cubierta y de la verja sobre el foso. Las torres angulares y las estilizadas caperuzas de la Casa Botines servían de contrapunto vertical y daban al inmueble ese toque mágico y heterodoxo tan propio del artista.
Un interior muy funcional
En las plantas de la Casa Botines de uso comercial, el artista aplicó por primera vez la llamada planta libre, una solución que se adelantó al modelo usado masivamente en el siglo XX para locales y grandes superficies. Para ello, Gaudí prescindió de los gruesos muros de carga habituales y los sustituyó por 28 esbeltos pilares de hierro colado de sólo 20 centímetros de diámetro.
Esa estructura generó en la planta baja y el sótano un ámbito diáfano –bien iluminado y ventilado– que permitía una gran flexibilidad en la distribución de los espacios. Con idéntica racionalidad, el arquitecto trabajó la ordenación del interior de la Casa Botines dividiendo la superficie del edificio en 96 módulos (las fachadas largas en 12 partes y las cortas en ocho).
La retícula resultante le sirvió para disponer los pilares, alinear las paredes y determinar la forma de los patios de luces y los huecos de escalera.
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