Antoni Gaudí, un arquitecto en constante evolución
Nacido en Reus (Tarragona), Antoni Gaudí i Cornet (1852-1926) está considerado el máximo exponente del modernismo catalán y uno de los abanderados del art nouveau en Europa, pese a que su arquitectura evolucionó hacia un estilo tan personal que resulta difícil de clasificar.
En cada una de las fantásticas obras de Gaudí el arquitecto supo desarrollar ideas revolucionarias que aportaron innovaciones formales y estructurales universalmente empleadas en la arquitectura del siglo XX.
Las obras de Gaudí de estilo ecléctico
Antoni Gaudí inició su trayectoria profesional muy influido por el estilo ecléctico, basado en la libre combinación de elementos representativos de distintas culturas y etapas históricas, y así lo atestiguan sus primeros encargos importantes. En la Casa Vicens, el arquitecto incorporó de forma imaginativa numerosos detalles inspirados en el arte oriental, como la cerámica vidriada y los motivos decorativos naturalistas y geométricos.
Contemporánea de la Casa Vicens, la villa de veraneo de El Capricho se enmarca también en la fase ecléctica de Gaudí, que utilizó azulejos polícromos para dotar de colorido al edificio y se basó en los minaretes de las mezquitas para proyectar una esbelta torre-mirador. El último gran proyecto de estilo oriental de Gaudí fueron los pabellones de la Finca Güell, cuya cuidada decoración exterior remite a la artesanía mudéjar. Su interior, basado en el uso de arcos catenarios y cúpulas hiperboloidales, constituye un indicio de la evolución estilística del arquitecto, que comenzaba a perfilar un lenguaje propio cada vez más alejado de la ortodoxia.
La recuperación del esplendor medieval
Los años de formación de Antoni Gaudí también estuvieron marcados por el auge de la arquitectura neogótica, una tendencia que permitía evocar la etapa más próspera de la historia de Cataluña. Instituciones como la Escuela Provincial de Arquitectura de Barcelona reivindicaron el estudio de las formas y estructuras medievales, al mismo tiempo que por todo el territorio comenzaron a proliferar los proyectos de carácter historicista que emulaban el aspecto de las grandes catedrales y castillos.
De esta forma, Gaudí –que llegó a trabajar como delineante para el máximo exponente del neogótico catalán, Joan Martorell– asumió con naturalidad ese lenguaje constructivo y lo incorporó en los encargos más destacados que recibió a finales del siglo XIX, desde el Palacio Güell –donde aún utilizó una gran variedad de detalles de inspiración oriental– hasta la Torre Bellesguard, pasando por el Palacio Episcopal de Astorga, el Colegio Teresiano, la Casa Botines y las Bodegas Güell.
A través de una experimentación constante, el arquitecto Gaudí fue depurando su estilo neogótico, dejando de lado los aspectos formalistas para evolucionar hacia una arquitectura integral, en la cual cada elemento se adecua a su función y las estructuras están diseñadas para lograr el equilibrio con el mínimo esfuerzo y coste. Esta visión original le permitió distinguirse del resto de arquitectos, así como sentar las bases de los recursos técnicos que desarrolló en años posteriores.
El estilo naturalista en las obras de Gaudí
En sus años de madurez profesional y personal, Antoni Gaudí se desprendió progresivamente de las influencias historicistas para buscar la inspiración en la naturaleza, que definió como “un gran libro, siempre abierto, y que uno debe esforzarse en leer”. Consecuente con sus palabras, el arquitecto estudió concienzudamente el entorno natural con el propósito de descubrir las soluciones más adecuadas para sus nuevos proyectos.
Una de sus principales conclusiones fue que las formas surgidas en la naturaleza se estructuran básicamente a partir de curvas, y por ese motivo rara vez presentan las líneas rectas que predominan en las construcciones de origen humano. Al mismo tiempo, el análisis de los animales y las plantas le permitió deducir que la belleza siempre es el resultado de la búsqueda de la funcionalidad, de forma que la arquitectura también tiene que seguir esa vía para no convertirse en un simple ejercicio de estética.
Finalizada en 1899, la Casa Calvet fue una de las primeras obras en reflejar esa transición de Gaudí hacia un estilo de carácter naturalista, que alcanzó su plenitud pocos años después en proyectos como la cripta de la Colonia Güell, la Casa Batlló, el Park Güell y La Pedrera, en los cuales la preeminencia de las líneas onduladas y la fusión de elementos estructurales y decorativos dieron lugar a una arquitectura de aspecto plenamente orgánico que superó todas las convenciones de la época.
El último Gaudí
La fachada del Nacimiento fue la única que Gaudí pudo terminar en vida
El crecimiento artístico de Antoni Gaudí quedó reflejado en la basílica de la Sagrada Familia, la obra a la que dedicó 43 años de su trayectoria –12 de ellos de forma exclusiva– y en la que pudo perfeccionar todas las técnicas desarrolladas a lo largo de su trayectoria profesional. Impulsado por el librero y filántropo Josep Maria Bocabella, el templo comenzó a construirse en 1882 en el barrio del Ensanche de Barcelona bajo la dirección del arquitecto Francisco de Paula del Villar, que dimitió apenas un año después del inicio de las obras debido a discrepancias con Bocabella.
Gaudí, que en aquella época iniciaba la Casa Vicens, fue el elegido para suceder a Del Villar, una tarea que asumió con gran seguridad. Tras introducir cambios sutiles pero relevantes en la cripta –iniciada antes de su llegada–, alteró radicalmente el proyecto original para diseñar un templo monumental con cinco naves, crucero, ábside, un deambulatorio exterior a modo de claustro, tres fachadas y 18 torres.
En este inmenso ámbito constructivo, Gaudí pensó incluir todos los elementos simbólicos del cristianismo, a fin de convertir la Sagrada Familia en un edificio completamente preparado para la celebración de ritos litúrgicos. De esta forma, la construcción del templo perfecto se convirtió en el gran proyecto vital del arquitecto, que trabajó incansablemente en la búsqueda de soluciones que le permitieran superar las limitaciones del estilo gótico para hacer realidad sus revolucionarias ideas.
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