La vida de Picasso
Nacido en Málaga el 25 de octubre de 1881, Pablo Ruiz Picasso está considerado el artista más revolucionario y polifacético del siglo XX, así como uno de los máximos exponentes de las vanguardias artísticas. Gracias a su ilimitada capacidad creativa, fue capaz de superar todas las convenciones culturales de la época y determinar la evolución de las artes plásticas participando en la creación del cubismo, el movimiento con el que alcanzó la madurez como pintor y artista.
Picasso falleció a los 91 años de edad en Mougins, Francia, el 8 de abril de 1973, dejando tras de sí un legado inigualable.
Los años de formación
Retrato de Pablo Picasso realizado por Ramón Casas, uno de los referentes del modernismo catalán
El arte estuvo presente en la vida de Picasso desde la niñez. Su padre, José Ruiz Blasco, era profesor de Bellas Artes y un pintor reconocido en Málaga, especializado en escenas de aves y naturalezas muertas. A pesar de que contaba con una técnica muy limitada, inmediatamente supo reconocer el talento de su hijo, quien desde sus primeras incursiones en el dibujo y la pintura demostró un gran dominio del medio.
Don José quiso que el pequeño Pablo explotara sus habilidades con el objetivo de que se asegurara un buen futuro profesional, así que decidió sufragarle los estudios artísticos.
Los ideales clásicos de orden, proporción y belleza constituían la base de los programas educativos de la época e, inevitablemente, definieron el estilo de Picasso en esos años. Consecuentemente, las obras elaboradas durante ese período apenas se desviaron del lenguaje academicista, aunque reflejaron la asombrosa capacidad del artista para asimilar de forma rápida y natural todo lo que los profesores podían enseñarle.
Los primeros experimentos de Picasso
Gracias a su habilidad innata y a la sólida formación académica recibida en la adolescencia, Pablo Picasso pudo incorporar rápidamente a su obra una amplia gama de recursos plásticos en los inicios de su trayectoria artística, como consecuencia de su inmersión en la escena bohemia de Barcelona y París, Picasso absorbió elementos propios del modernismo y el impresionismo, a partir de los cuales definió un universo propio que se materializó en los períodos azul y rosa.
La preocupación por explorar todas las posibilidades de la pintura desembocó finalmente en el cubismo, el estilo con el que el artista malagueño culminó sus experimentos de juventud, confirmando así su madurez intelectual.
Picasso y el cubismo
Desde el Renacimiento, los pintores europeos habían recurrido a la perspectiva para representar de la manera más fiel posible el espacio tridimensional sobre la superficie plana del lienzo. A partir de finales del siglo XIX, coincidiendo con una era de avances científicos y sociales, diversos artistas empezaron a cuestionar la obsesión por reproducir la realidad de forma ilusoria y a defender a través de sus obras una visión más subjetiva del mundo.
Este interés por la búsqueda de alternativas a los efectos ópticos tradicionales fue compartido por Picasso, quien protagonizó la ruptura definitiva con la tradición renacentista tras sentar las bases del cubismo, un estilo que permitía captar varios puntos de vista de forma simultánea.
Catalizadores de otros movimientos vanguardistas como el futurismo y el constructivismo, los experimentos de Picasso –que siguió recurriendo a las soluciones cubistas a lo largo de su carrera– iniciaron una nueva era en la historia del arte, definiendo las actitudes estéticas del siglo XX.
Del clasicismo al estilo Picasso
Tras la Primera Guerra Mundial, en la sociedad europea surgió la necesidad de recuperar el orden perdido durante los años de horror bélico. En ese contexto, se produjo un replanteamiento de los conceptos formulados por los movimientos vanguardistas, de forma que la búsqueda de la innovación a cualquier coste dejó de ser el motor principal del arte.
Picasso no fue ajeno a esa tendencia de retorno a los valores sólidos y perdurables, y durante el período inicial de la posguerra alternó sus incursiones en el cubismo con obras dominadas por las formas clásicas.
Posteriormente, el pintor –que por aquel entonces disfrutaba de reconocimiento internacional– incorporó a su producción pictórica elementos propios del surrealismo y el expresionismo, dos corrientes artísticas que surgieron con fuerza en los años veinte y treinta, hasta conformar un estilo propio liberado de toda ortodoxia, distinguido por la utilización de una iconografía recurrente y la exploración de la percepción de la realidad.
El último Picasso
El palacio Aguilar y el centro de investigación del Museo Picasso de Barcelona
Los años finales de Picasso estuvieron marcados por una actividad frenética. Ensalzado como un mito de la pintura por los medios de comunicación –a menudo más interesados en ahondar en su vida privada que en analizar su nuevo rumbo artístico–, el pintor malagueño parecía querer demostrarse a sí mismo que todavía conservaba el instinto de su juventud, de forma que se vio inmerso en el que acabaría siendo uno de los períodos más productivos de toda su trayectoria.
Liberado de cualquier tipo de constricción estilística, Picasso era capaz de trabajar de forma simultánea en varias obras a pesar de su avanzada edad. Esa urgencia creadora le llevó a experimentar con todas las técnicas que tenía a su alcance con el objetivo de materializar sus ideas con la mayor rapidez posible, así como a dejar de lado las composiciones únicas para conceder prioridad a las series basadas en un mismo concepto, una herramienta de expresión artística a la que Picasso recurrió hasta sus últimos días.
El libro para conocer a Picasso por completo
Pablo Picasso ha sido uno de los pintores y creadores más polifacéticos del siglo XX. Su capacidad creativa superó los límites de su tiempo y lo situó al frente de las vanguardias.
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