¿Qué ver en el Museo Guggenheim Bilbao?
Proyectado por el arquitecto norteamericano Frank O. Gehry e inaugurado en 1997, el Museo Guggenheim Bilbao es uno de los edificios más importantes de la arquitectura contemporánea. El conjunto se ha convertido en uno de los principales reclamos de la ciudad de Bilbao debido a su diseño escultórico, que explota el potencial de materiales como el titanio y el vidrio.
A su original estructura, el Museo Guggenheim Bilbao suma un completo programa de exposiciones. Su colección permanente incluye obras de artistas como Jeff Koons, Mark Rothko, Jean-Michel Basquiat y Miquel Barceló, entre otras figuras, mientras que las exposiciones temporales ofrecen una amplia perspectiva del arte del siglo XX.
La historia del Museo Guggenheim Bilbao
En febrero de 1991, las Instituciones Vascas se pusieron en contacto con la Fundación Guggenheim para proponerle colaborar en un museo de arte contemporáneo que impulsase la revitalización de Bilbao y dotara al País Vasco de un equipamiento cultural del que adolecía pese a contar con artistas tan relevantes como Eduardo Chillida y Jorge Oteiza, entre otros.
En abril, con motivo de la primera visita a la capital vizcaína del director de la Fundación Guggenheim, Thomas Krens –cuyo principal objetivo era expandir el alcance internacional del Museo–, se realizaron los primeros contactos entre las Instituciones Vascas y la Fundación Guggenheim para explorar la envergadura del proyecto y analizar las diferentes alternativas de ubicación del Museo Guggenheim, entre ellas el solar de la Alhóndiga –un almacén de vinos de principios del siglo XX– ubicado en el centro de la ciudad de Bilbao.
La elección de la ría
En mayo de 1991, Frank O. Gehry, contratado por la Fundación Guggenheim, hizo su primer viaje a la ciudad de Bilbao como asesor especializado en la transformación de espacios industriales en equipamientos culturales para estudiar las alternativas de donde podría ubicarse el futuro Museo Guggenheim.
Tras analizar diversos emplazamientos propuestos y a la vista de que las autoridades locales insistían en la recuperación de la ría –punto clave en la revitalización social y económica de la ciudad–, se sugirió emplazar el Museo Guggenheim Bilbao en uno de los solares junto a la ría que habían quedado abandonados a raíz de la reciente crisis. La elección del solar entusiasmó a cada una de las partes intervinientes en el proyecto, sobre todo a Gehry que le pareció “emocionante” por el pasado industrial y por los retos urbanísticos que planteaba la construcción del Guggenheim.
Un museo de inspiración naval e industrial
Desde su primera visita a Bilbao, Gehry se impregnó del ambiente naval e industrial que entonces aún conservaba la ciudad.
Pese a que fue precisamente su proyecto de museo uno de los causantes de que Bilbao dejara atrás la condición de ciudad fabril, el arquitecto trabajó para integrar esa atmósfera tradicional de la urbe vizcaína en sus diseños para el Guggenheim Bilbao mediante el empleo de formas externas que evocan los barcos que remontaban la ría hasta el puerto y el uso del revestimiento metálico de titanio en recuerdo del reciente pasado minero, siderúrgico y metalúrgico de la comarca.
Una fachada para cada contexto
Al abrirse desde el atrio central en varias alas a base de formas muy irregulares, el Guggenheim, cuyo exterior es totalmente recorrible, toma apariencias muy distintas según el punto de vista desde el que se observa. Gehry se fijó en el contexto urbano de cada una de las fachadas del edificio para adaptarlas a las formas predominantes.
De esta manera, contuvo la tendencia general a las líneas curvas a la hora de proyectar la fachada sur del Guggenheim, la que da a la plaza y la alameda de Mazarredo, a fin de ajustarla a la configuración plenamente ortogonal de los inmuebles colindantes.
Por el contrario, pudo hacer volar su imaginación sin límites al diseñar la fachada norte del museo bilbaíno, la que da a la ría, porque la ausencia de edificaciones próximas le libraba de servidumbres urbanísticas. Gracias a ello, Gehry pudo emular en este sector las formas dinámicas y sinuosas de los barcos, las velas o los peces, a fin de relacionarlas con la ría contigua.
El revestimiento de titanio del Guggenheim
El revestimiento del edificio está formado por 33.000 placas de titanio
En un principio, el arquitecto estudió la posibilidad de revestir el Guggenheim con cobre emplomado –aleación desestimada por tóxica– y con acero inoxidable, material al que había recurrido en su proyecto anterior para el Museo Weisman de Minneápolis. Sin embargo, Gehry notó que el acero se muestra muy apagado en los días grises, muy abundantes en Bilbao, y que la elevada humedad reinante podía corroerlo.
Buscando alternativas, se fijó en unas muestras de titanio que habían llegado a su estudio y comprobó que es un metal cuyo brillo tiene una calidez similar a la de la plata y que resplandece incluso con el cielo nublado. Estas propiedades visuales, unidas a su gran ligereza, maleabilidad y resistencia a la corrosión, compensaban el único factor en contra: su elevado precio. Finalmente, el ínfimo grosor de los paneles elegidos permitió recurrir al titanio sin cargar los presupuestos.
El Guggenheim por dentro
Gehry ideó un concepto museístico totalmente nuevo, encaminado a permitir que el visitante pudiera diseñar su propio recorrido sin planteamientos preconcebidos. Con este objetivo, imaginó un atrio que se comunica directamente con todos los espacios expositivos, de manera que, después de contemplar las obras de un ala determinada, el visitante tiene que pasar por el atrio para dirigirse a otra ala del Guggenheim.
Espacialmente, esta concepción se traduce en una forma de inspiración claramente orgánica: un polo central –el atrio– del que se despliegan varias extremidades de distintas formas y tamaños: las galerías. Éstas, en consonancia con la filosofía deconstructivista de Gehry, presentan dos tipos de configuración: ortogonales –hechas a base de muros rectos– e irregulares –basadas en formas curvas–.
El cristal y la iluminación natural del Guggenheim
A fin de evitar reflejos molestos sobre las obras expuestas, el arquitecto no proyectó prácticamente ventanas en las salas de exposición del museo, salvo en la sala 103. Por esa razón, decidió iluminar las galerías de forma cenital mediante amplios lucernarios practicados en los techos y grandes estructuras metálicas acristaladas a modo de muros cortina que se concentran casi exclusivamente en el atrio y en los distintos accesos.
El cristal empleado se fabricó con un tratamiento especial que incorpora partículas metálicas en su composición a fin de proteger a los visitantes de un calor excesivo y preservar las obras expuestas de la radiación solar, muy nociva para su conservación. De no ser por este tratamiento, las zonas más soleadas del Guggenheim se habrían convertido en un inmenso invernadero con temperaturas muy altas.
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